Huracán de sal

“El deseo de representación, solo existe en la medida en que jamás es satisfecho, en la medida en que el original siempre es diferido.”
Douglas Crimp

           Habitar la Península –que es casi una isla- implica cruzar el mar o atravesar el desierto; cuando me adentro en él, sé que cualquier ruta me llevará sin perderme al Océano Pacífico y sus extensiones. Sin duda el valor de hacerlo se vincula estrechamente con el “acto fotográfico” que realizo en cada viaje para poseer e inventarme otros paisajes.

En el primer trayecto apareció un desierto de sal sin puertas, ni límites precisos. Un impulso nervioso me llevo a investigar sobre la estructura del cloruro de sodio: “Sal, sustantivo femenino” leí antes de entrar en los laberintos neuronales de sal que construye el artista japonés Yamamoto. Recorrí maravillada sus interminables pasajes edificados con millones y milimétricos cristales que se multiplican y crecen con simetría especular. Aprendí en ese deslumbrante viaje que son de sal los dientes, la osamenta y el caparazón. También es la sal la que sostiene a las ballenas para parir y follar. Hasta el sodio es abundante en las estrellas.

Rachel Carson escribió en su libro El mar que nos rodea: “Llevamos en las venas la corriente salina de nuestra sangre, en las que el sodio, el potasio y el calcio se hallan en combinaciones semejantes a las que existen en el agua de mar y en proporciones relativas muy análogas. Esta es la herencia desde el día, hace un número incalculable de millones de años, en que un remoto antecesor pasó de la etapa unicelular a la multicelular y adquirió por primera vez un sistema respiratorio en el interior de cual corría un rumor casi idéntico al de los océanos.”

En junio, cuando el mar empieza a calentarse y la evaporación aumenta las concentraciones de sal en los océanos, realicé la segunda invención de imágenes. Aparecen en el desierto y frente al mar dos casas abandonas, su estructura cristalina es mera casualidad. La casa adquiere un protagonismo para el proyecto, pero no lo descubriría hasta en el tercer viaje, cuando una mujer tuerta llamada “Odile” decide cruzar nadando el canal de ballenas, explorar las islas y subir al volcán Coronado en Bahía de los Ángeles.

En septiembre fue mi tercer viaje obligado porque el ojo oscuro de Odile, entró a tierra por los cabos de la península y arrastró mi casa y el desierto al mar. Ahora sé que un huracán es más que un punto blanco de sal en el mapa, su forma es una espiral logarítmica que se usa como símbolo de fuerza, adversidad y constancia.” K’an, repetición del peligro, agua sobre agua, abismal. Ella rellena los sitios por los que se pasa, sin rebasar, sin retroceder, sin miedo a las caídas, sin perder la original forma de ser, siendo leal a sí misma”.

“Huracán de sal” fue edificado en cinco viajes que empecé en marzo del 2014 y terminé en diciembre del mismo año. Los lugares están ubicados en Cataviña, La Laguna de San Ignacio, y Bahía de los Ángeles todos en la Península de Baja California, México.

Angelica Escoto

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