Ellas no bailan solas
“Ellas no bailan solas” documenta la fiesta de quince años de las hijas de los mexicanos inmigrantes que residen en San Diego, California. Sus mensajes transmiten valores, sentimientos, expresiones, deseos y fantasías que van relacionados con el cuerpo, el género y el prestigio. El ritual de la fiesta fuera de México resiste la tragedia de lo cotidiano, las deportaciones y familias disfuncionales.
La sociedad mexicana en Estados Unidos no solamente son cifras. Este documento pone en escena la diversidad, la exclusión o la desigualdad, pero también refuerza la lealtad, los lazos, la solidaridad y el amor. La convocatoria para festejar los quince años puede reunir a una comunidad entera –alrededor de 300 personas– en una casa o un salón, gastar en preparativos más de 15 mil dólares que se pagan con la cooperación de parientes, amigos y padrinos. “Ellas no bailan solas” incluye específicamente familias originarias de los estados de Oaxaca, Guerrero y Michoacán, los principales estados que expulsaron más migrantes en los años 80 y 90 del siglo XX.
Durante los últimos doce años he documentado a más de 200 quinceañeras en todo el condado de San Diego. La narrativa visual del proyecto destaca el guion que ejecutan los fotógrafos de fiestas como un rito para filmar el evento de quince años. Este guion no escrito se realiza al pie de la letra con algunas sorpresas dadas las características de los clientes. Las fiestas tienen como locaciones la casa, el parque, la iglesia o el salón y muchas veces mandan traer un sacerdote de Tijuana para que oficie la misa a domicilio.
La fotografía y el video es un servicio que las familias no dejan fuera de la lista; tiene tanta importancia como la misa, la comida y la bebida. Algunos parientes se desplazan de otros estados como Oregon, Arizona, Texas y Chicago para asistir a la fiesta. Llegan con un regalo y un cartón de cervezas marca Pacífico o Carta Blanca porque es mejor que sobre y no que falte. La comida casi siempre es birria; solo a veces mole o carnitas. Todos ayudan a servir a limpiar y a cocinar.
Cuando quieren ahorrarse el pago del salón hacen la fiesta en su casa, pero el precio es terminar el evento temprano, porque en el norte de San Diego los vecinos no tienen ninguna tolerancia para el ruido. A las 8:30 de la noche llega la policía al domicilio y da un aviso para que le bajen a la música y si no habrá una multa. “Te dije”, le dice un pariente al papá de la quinceañera, “hubieras sacado un permiso para que no te molestara la policía hasta las diez de la noche y sin música, pues no hay fiesta y bajita que agüite, nadie quiere bailar”.
El momento culminante del festejo es la presentación de la quinceañera con su corte de damas y chambelanes y la canción más bailada en todas las fiestas es “Tiempo de vals” de Chayanne, en orden de importancia le siguen “De niña a mujer” de Julio Iglesias, “Quinceañera” de Thalía, “La última muñeca” de Los Barón y el “Vals de las mariposas” de Tommy Valles. Para el baile sorpresa, un remix con bachata, reguetón, norteña, banda y ranchera; así empieza el baile, los amigos que “perrean”, los que gritan las canciones con la banda sinaloense o el grupo norteño con los corridos clásicos. Y la infaltable “No rompas más”, con Caballo Dorado, el himno de todas las fiestas. Ellos y ellas están contentos, bailan se saludan, se abrazan, comen y beben.
El DJ les anuncia que hay retén, que si están bebiendo no pasen por ahí y menos si son ilegales; se dan entre ellos el “pitazo”, sobre todo en Escondido a 20 minutos al norte de San Diego.
La fiesta no se cancela, aunque la mamá esté hospitalizada o dos días atrás hayan detenido al papá de la quinceañera por manejar sin licencia. La fiesta empieza temprano y se termina temprano, porque en San Diego las reglas son otras. “Gracias por ayudar hacer mi sueño realidad”, casi siempre dice eso la quinceañera en el brindis a todos los invitados y en especial a los padrinos de salón, limosina, ramo, muñeca, uñas, zapatillas, vestido, música, comida, pastel, bebida, peinado, maquillaje, foto y video, entre otros.
“Ellas no bailan solas” nació en 2006, cuando, harta de ser desempleada, anuncié mis servicios de fotografía y video para eventos sociales en el periódico semanal El Latino, editado en San Diego. Inicié la documentación alerta a la par de producir con una mirada clásica cada evento de mis clientes. Pero no fue hasta 2013 cuando empecé a estructurar el proyecto a la par también de estar creando en la península de Baja California mi serie autobiográfica, la pieza “Las ruinas circulares” y el registro a largo plazo sobre el recorrido social de los objetos en el paisaje urbano de Tijuana.
Mi referencia para producir el documento fue mi tutor Javier Ramírez Limón, artista visual, curador y fundador del PFC, quien hizo “Mexican quinceañeras” en el 2004-2006 en la misma zona de San Diego donde yo trabajo. Justo cuando él lo exhibió yo empecé el proyecto de mis quinceañeras y las llamo mías porque me ha costado casi quince años criarlas. Es más son como mis hijas porque físicamente me parezco a ellas.
Poco viví la abundancia de esas fiestas de los migrantes establecidos –ahora deportados– cargando siempre su camarita de video Panasonic o Cannon detrás de mí y los jóvenes su Lumix/Panasonic con pantalla y lente.
En menos de cinco años fui testigo de cómo mis clientes reemplazaron esta cámara de pantalla por un celular; ahí comprobé que la masificación de imágenes hechas con celulares fue el alud que enterró el costo y valor emocional de la fotografía social, sumando la cacería de brujas que realizó migración a domicilios durante el gobierno de Barak Obama, quien deportó del 2009 al 2016 a más de dos millones de indocumentados, 47 por ciento de ellos sin antecedentes criminales.
El baile es el perfomace mayor cuando se filma una quinceañera, es el momento donde la pulsión escópica se vuelve el clímax de la fiesta. Es en el baile donde el deseo de mirar y ser mirado los hace olvidar la realidad. Todos tenemos un familiar viviendo en Estados Unidos, todos sabemos que la dinámica de la familia se relaja cuando el baile empieza. Por eso, cuando me contratan siempre he pensado que soy como la prima o vecina que tiene permiso para registrar su fiesta y danzo también con ellas grabando su evento todo el día.
Angélica Escoto, 2018.
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